EL CRISTO UNIVERSAL E INDIVIDUAL
EL CRISTO UNIVERSAL
Conviene entender que el ejército de la Voz, el ejército de la Palabra, es FUEGO.Y que ese fuego vivo, ese fuego viviente y filosofal que hace fecunda la materia caótica, es el Cristo cósmico, el “Logos”, la gran Palabra. Pero que para que el Logos aparezca, para que venga a la manifestación, el Uno debe desdoblarse en el Dos, es decir, el Padre en la Madre, y de la unión de los dos opuestos nace el tercero: el Fuego. Ese Fuego es el Logos, el Cristo, el Verbo que hace posible la existencia del Universo en la aurora de cualquier creación.
Conviene que entendamos mejor lo que es el Cristo, que no nos contentemos con recordar la cuestión meramente histórica. Porque el Cristo es una realidad de instante en instante; de momento en momento; de segundo en segundo; él es el Creador. El Fuego tiene poder de crear los átomos y de desintegrarlos; el poder para manejar las fuerzas cósmicas universales, etc. El Fuego tiene poder para unir todos los átomos y crear Universos, como el poder para desintegrar Universos. El mundo es una bola de fuego que se enciende y apaga según leyes.
Cristo es el Fuego del Fuego, la Llama de la Llama, la Signatura astral del Fuego.
Sobre la cruz del mártir del Calvario está definido el misterio del Cristo con una sola palabra que consta de cuatro letras: INRI: Ignis Natura Renovatur Integram –El Fuego Renueva Incesantemente la Naturaleza–. El advenimiento del Cristo en el corazón del hombre nos transforma radicalmente. Cristo es el Logos solar, unidad múltiple perfecta. Cristo es la vida que palpita en el universo entero, es lo que es, lo que siempre ha sido y lo que siempre será.
Mucho se ha dicho sobre el drama cósmico; incuestionablemente, este drama está formado por los cuatro evangelios. Se nos ha dicho que el drama cósmico fue traído por los Elohim a la Tierra; el Gran señor de la Atlántida representó ese drama en carne y hueso. El Gran Kabir Jesús también hubo de representar el mismo drama públicamente en la Tierra santa. Aunque Cristo nazca mil veces en Belén, de nada sirve si no nace en nuestro corazón también. Aunque hubiese muerto y resucitado al tercer día de entre los muertos, de nada sirve eso si no muere y resucita en nosotros también. Tratar de descubrir la naturaleza y la esencia del fuego es tratar de descubrir a Dios, cuya presencia real siempre se ha revelado bajo la apariencia ígnea: la zarza ardiente (Éxodo, III, 2) y el incendio del Sinaí a raíz del otorgamiento del Decálogo (Éxodo, XIX, 18) son las dos manifestaciones por las que Dios apareció a Moisés. Bajo la figura de un ser de Jaspe y Sardónico de color de llama, sentado en un trono incandescente y fulgurante, San Juan describe al dueño del Universo (Apocalipsis, IV, 3, 5). Nuestro Dios es un fuego devorador, escribe San Pablo en su “Epístola a los Hebreos”.
EL CRISTO INDIVIDUAL
Si frente al Guardián del mundo de la Voluntad no nos decidimos por el camino directo, estrecho y difícil, no será posible que el Cristo individual nazca. Si no nos hacemos previamente hombres, no es posible que nazca el Hijo del hombre. “Si la semilla no muere, el germen no nace”. El Cristo íntimo está latente en nuestra semilla.
La tentación es fuego; el triunfo sobre la tentación es luz. El iniciado debe aprender a vivir peligrosamente; así está escrito; esto lo saben los alquimistas. El Cristo íntimo surge interiormente en el trabajo relacionado con la disolución del yo psicológico. Obviamente, el Cristo interior solo adviene en el momento cumbre de nuestros esfuerzos intencionales y padecimientos voluntarios. El advenimiento del fuego crístico es el evento más importante de nuestra propia vida. El Cristo íntimo se hace entonces cargo de todos nuestros procesos mentales, emocionales, motores, instintivos y sexuales. Incuestionablemente, el Cristo íntimo es nuestro salvador interior profundo.
El Cristo íntimo, el fuego celestial, debe nacer en nosotros, y nace en realidad cuando hemos avanzado bastante en el trabajo psicológico. El Cristo íntimo debe eliminar de nuestra naturaleza psicológica las mismas causas de error, los yoes causa. No sería posible la disolución de las causas del ego en tanto el Cristo íntimo no haya nacido en nosotros.
El fuego viviente y filosofal, el Cristo íntimo, es el fuego del Fuego, lo puro de lo puro. El Fuego nos envuelve y nos baña por todas partes, viene a nosotros por el aire, por el agua y por la misma tierra, que son sus conservadores y sus diversos vehículos. El fuego celestial debe cristalizarse en nosotros; es el Cristo íntimo, nuestro salvador interior profundo. El Señor íntimo debe hacerse cargo de toda nuestra psiquis, de los cinco cilindros de la máquina orgánica, de todos nuestros procesos mentales, emocionales, motores, instintivos y sexuales.
El Cristo cósmico está formado por todos los Cristos individuales de una galaxia.
Fin conferencia 28