EL YO DE LA TRAICIÓN
Normalmente, para hablar de traición, debe existir un pacto previo que se pueda traicionar. Entonces, si hay un pacto que no se cumple, hay traición. Por lo tanto, partiremos de esta base para estudiar la traición: tiene que violarse un pacto o un compromiso que se tenga.
Nosotros, en el plano físico, conocemos la traición cuando, por ejemplo, un novio le dice a una novia que la va a amar toda la vida y a los quince días está aburrido. Ya de hecho el novio hizo una promesa, y la incumplió, entonces hay traición. Indudablemente, hay traición cuando se falsifica algo o se adultera algo. Para que haya traición debe haberse roto algo: un vínculo, un lazo, una promesa, etc. Esta es una forma de traición. Cuando uno llega al Conocimiento, y está dispuesto a hacer la Obra, se compromete a trabajar, cueste lo que cueste; entonces, tiene que enfrentarse con los tres enemigos del Cristo, que todos nosotros llevamos dentro, y que forman eso que llamaremos: el yo de la traición.
LOS TRES TRAIDORES
En el trabajo interior profundo, dentro del terreno de la más estricta autobservación psicológica, hemos de vivenciar en forma directa todo el drama cósmico. El Cristo íntimo ha de eliminar todos los elementos indeseables que en nuestro interior cargamos. Los múltiples agregados psíquicos en nuestras profundidades psicológicas gritan pidiendo crucificación para el Señor interior. Incuestionablemente, cada uno de nosotros lleva en su psiquis a los tres traidores: Judas, el demonio del deseo; Pilatos, el demonio de la mente; Caifás, el demonio de la mala voluntad.
Estos tres traidores crucifican al Señor de perfecciones en el fondo mismo de nuestra alma. Se trata de tres tipos específicos de elementos inhumanos fundamentales en el drama cósmico. Indubitablemente, el citado drama se ha vivido siempre secretamente en las profundidades de la conciencia superlativa del Ser. No es el drama cósmico propiedad exclusiva del gran Kabir Jesús, como suponen siempre los ignorantes ilustrados. Los iniciados de todas las edades, los maestros de todos los siglos, han tenido que vivir el drama cósmico dentro de sí mismos, aquí y ahora. Empero, Jesús, el gran Kabir, tuvo el valor de representar tal drama íntimo públicamente, en la calle y a la luz del día, para abrir el sentido de la iniciación a todos los seres humanos, sin diferencias de raza, sexo, casta o color.
Es maravilloso que haya alguien que en forma pública enseñare el drama íntimo a todos los pueblos de la Tierra. El Cristo íntimo, no siendo un lujurioso, tiene que eliminar de sí mismo los elementos psicológicos de la lujuria. El Cristo íntimo, siendo en sí mismo paz y amor, debe eliminar de sí mismo los elementos indeseables de la ira. El Cristo íntimo, no siendo un codicioso, debe eliminar de sí mismo los elementos indeseables de la codicia. El Cristo íntimo, no siendo envidioso, debe eliminar de sí mismo los agregados psíquicos de la envidia. El Cristo íntimo, siendo humildad perfecta, modestia infinita, sencillez absoluta, debe eliminar de sí mismo los asqueantes elementos del orgullo, de la vanidad, del engreimiento. El Cristo íntimo, la palabra, el Logos creador, viviendo siempre en constante actividad, tiene que eliminar en nuestro interior, en sí mismo y por sí mismo, los elementos indeseables de la inercia, de la pereza, del estancamiento. El Señor de perfección, acostumbrado a todos los ayunos, templado, jamás amigo de borracheras y de grandes banqueteos, tiene que eliminar de sí mismo los abominables elementos de la gula. Extraña simbiosis la del Cristo-Jesús; el Cristo-Hombre; rara mezcla de lo divino y de lo humano, de lo perfecto y de lo imperfecto; prueba siempre constante para el Logos. Lo más interesante de todo esto es que el Cristo secreto es siempre un triunfador; alguien que vence constantemente a las tinieblas; alguien que elimina a las tinieblas dentro de sí mismo, aquí y ahora. El Cristo secreto es el señor de la Gran rebelión, rechazado por los sacerdotes, por los ancianos y por los escribas del templo.
Los sacerdotes lo odian; es decir, no lo comprenden; quieren que el Señor de perfecciones viva exclusivamente en el tiempo de acuerdo con sus dogmas inquebrantables.
Los ancianos, es decir, los moradores de la Tierra, los buenos dueños de casa, la gente juiciosa, la gente de experiencia aborrecen al Logos, al Cristo rojo, al Cristo de la Gran rebelión, porque este se sale del mundo de sus hábitos y costumbres anticuadas, reaccionarias y petrificadas en muchos ayeres. Los escribas del templo, los bribones del intelecto aborrecen al Cristo íntimo porque este es la antítesis del Anticristo, el enemigo declarado de todo ese podridero de teorías universitarias que tanto abunda en los mercados de cuerpos y de almas.
Los tres traidores odian mortalmente al Cristo secreto y lo conducen a la muerte dentro de nosotros mismos y en nuestro propio espacio psicológico.
- Judas, el demonio del deseo, cambia siempre al Señor por treinta monedas de plata; es decir, por licores, dinero, fama, vanidades, fornicaciones, adulterios, etc.
- Pilatos, el demonio de la mente, siempre se lava las manos, siempre se declara inocente, nunca tiene la culpa; constantemente se justifica ante sí mismo y ante los demás; busca evasivas, escapatorias para eludir sus propias responsabilidades, etc.
- Caifás, el demonio de la mala voluntad, traiciona incesantemente al Señor dentro de nosotros mismos; el adorable Íntimo le da el báculo para pastorear sus ovejas, sin embargo, el cínico traidor convierte el altar en lecho de placeres, fornica incesantemente, adultera, vende los sacramentos, etc.
Estos tres traidores hacen sufrir secretamente al adorable Señor íntimo sin compasión alguna. Pilatos le hace poner corona de espinas en sus sienes; los malvados yoes lo flagelan, lo insultan, lo maldicen en el espacio psicológico íntimo, sin piedad de ninguna especie.
JUDAS
Judas es el demonio del deseo, el enemigo de la Naturaleza. Representa todos nuestros propios deseos, tentaciones y fascinación en el mundo físico. Estudiemos este traidor:
El deseo es la fuente de la fuerza, pues es el fuego que anima cualquier cosa; si nos entregamos a nuestros deseos seremos sus esclavos; si nos negamos a cada uno de nuestros deseos liberaremos ese fuego que está oculto en él, y nos haremos dueños de la fuerza.
Judas vende al Cristo por treinta monedas de plata. Esto quiere decir que nuestros deseos venden, en el mundo físico, al Cristo (el Fuego). Cuando aprendemos a negarnos a nosotros mismos, o a nuestros deseos, comenzamos a adueñarnos de la fuerza que está oculta en cada deseo. Cuando no sabemos negarnos a nosotros mismos vamos detrás de cada uno de nuestros deseos en el diario vivir. Aprender a combatir con este traidor es muy importante si es que queremos avanzar en la Gran obra, de lo contrario no iniciaremos el trabajo esotérico.
El evangelio de Judas dice: “Dichoso aquel que ve en mi luz, la luz de mi Maestro”.
Cuando uno ve en el deseo al Fuego, al Cristo, lo rescata; cuando no lo ve lo pierde de instante en instante. El deseo es fuego, y muriendo de instante en instante lo rescatamos como Voluntad. Se dice que Judas, o el deseo, es el enemigo de la Naturaleza, porque no permite ninguna creación en uno mismo. Cuando empezamos a negarnos a nosotros mismos comenzamos a equilibrar los centros, y el trabajo del nacimiento dará sus frutos, la energía creadora del Espíritu Santo cristalizará los cuerpos existenciales superiores del Ser.
A este demonio se le vence negándose a sí mismo.
PILATOS
Pilatos es el demonio de la mente, el enemigo de la Sabiduría. Representa todas nuestras disculpas, justificaciones, evasivas, escapatorias, etc., a través de las cuales continuaremos siendo los mismos. ¿Qué es lavarse las manos? Siempre que estamos ante un problema cualquiera nos justificamos, nos identificamos con el problema, no sabemos sacarle provecho a la situación. Siempre hallamos disculpas para no trabajar, para no eliminar los defectos. Estudiemos a este demonio de la mente:
Siempre encuentra salidas, evasivas y justificaciones para seguir siendo el mismo. A la mente le toca el papel de juzgar a cada uno de nuestros defectos, de enjuiciarlos con la reflexión, pero no cumple con su trabajo, vive identificada con todos los procesos subjetivos. Si queremos morir tenemos que dejar de justificarnos, tenemos que juzgarnos despiadadamente, no debemos aceptar las escapatorias, debemos volvernos serios con el trabajo. Debemos quitarle el pasto al burro, no debemos alimentar los defectos del intelecto, debemos acabar con todos los conceptos para ir integrando nuestra mente. Recordemos que la mejor manera de pensar es no pensar. Con todo el intelectualismo la mente se degeneró, ya no comprende.
A este demonio se le denomina el enemigo de la Sabiduría porque no deja morir en uno mismo. La sabiduría llega con la muerte, si no se muere, pues, no habrá sabiduría. Este demonio impide la muerte psicológica, siempre le hecha la culpa a los demás, los vive juzgando, en lugar de juzgar nuestras propias acciones. Encuentra miles de justificaciones para no dejarnos hacer las cosas de nuestro Ser. Encuentra todas las justificaciones para que sigamos haciendo las cosas del ego o la personalidad.
A este demonio se le vence no justificándonos y juzgándonos despiadadamente.
CAIFÁS
Caifás es el demonio de la Mala voluntad, el enemigo de la Verdad. Representa nuestras palabras, obras y omisiones, en el terreno de los hechos.
Promete y no cumple lo que promete; le da lo mismo hacer que no hacer; pudiendo hacer no hace; malgasta el tiempo en cosas ociosas que no tienen la menor importancia; no nos quiere dejar practicar nada; quiere autorrealizarse sin trabajar.
Ejemplos:
- Mala voluntad para establecer disciplinas de trabajo.
- Mala voluntad para cumplir los horarios.
- Mala voluntad para hacer las prácticas.
- Mala voluntad para levantarse a hacer las prácticas.
- Mala voluntad para investigar.
- Mala voluntad para comprobar.
- Mala voluntad para concentrarnos.
- Mala voluntad para la meditación.
- Mala voluntad para las retrospecciones.
- Mala voluntad para desdoblarnos.
- Mala voluntad para el saltito.
- Mala voluntad para hacer la práctica de los Derviches.
- Mala voluntad para la transmutación de fuerzas cósmicas.
- Mala voluntad para los traslados de fondos.
- Mala voluntad para negociar con los señores del karma.
- Mala voluntad para eliminar a los yoes.
- Mala voluntad para autobservarnos.
- Mala voluntad para reflexionar.
- Mala voluntad para comprender los defectos.
- Mala voluntad para pedir muerte.
- Mala voluntad para sacrificarnos por la humanidad.
- Mala voluntad para repartir volantes.
- Mala voluntad para foguearnos.
- Mala voluntad para nacer.
- Buena voluntad para perder tiempo.
- Buena voluntad para las conversaciones ociosas.
- Buena voluntad para la distracción.
- Buena voluntad para ver televisión.
- Buena voluntad para las parrandas.
- Buena voluntad para el trabajo subjetivo.
- Buena voluntad para dormir y descansar.
- Buena voluntad para fornicar.
- Buena voluntad para darle gusto a los deseos.
- Buena voluntad para adulterar, etc., etc.
Veamos ahora algunas traiciones a la Obra:
- Cuando mezclamos el Conocimiento con cosas pseudoesotéricas.
- Cuando nos identificamos con las cosas del mundo y nos retiramos de la Obra.
- Cuando abandonamos el trabajo esotérico.
- Cuando fornicamos voluntariamente.
- Cuando, teniendo la castidad, traicionamos a la Madre divina tomando otra pareja.
- Cuando no cumplimos con el juramento.
- Cuando escogemos el camino del Nirvana.
De los tres demonios, CAIFÁS es el peor. Es el enemigo de la Verdad. Si la Verdad es el Ser, digamos que es el enemigo del Ser. Es el enemigo del Cristo, lo quiere impedir a cualquier precio.
A este demonio se le vence con Sacrificios conscientes y padecimientos voluntarios.
Busquemos a los tres traidores en cada uno de nuestros actos del diario vivir. Y recordemos que a todos los yoes se les juzga por traición.
Fin conferencia 44