Conferencia 38 – fase A

EL DIFÍCIL CAMINO Y EL TRABAJO CRÍSTICO

EL DIFÍCIL CAMINO

Incuestionablemente, existe un lado oscuro de nosotros mismos que no conocemos o no aceptamos; debemos llevar la luz de la conciencia a ese lado tenebroso de nosotros mismos. Todo el objeto de nuestros estudios gnósticos es hacer que el conocimiento de nosotros mismos se torne más consciente. Cuando se tienen muchas cosas en uno mismo que no se conocen ni se aceptan, entonces tales cosas nos complican la vida espantosamente, y provocan en verdad toda suerte de situaciones que podrían ser evitadas mediante el conocimiento de sí. Lo peor de todo esto es que proyectamos ese lado desconocido e inconsciente de nosotros mismos en otras personas, y entonces lo vemos en ellas. Por ejemplo: las vemos como si fuesen embusteras, infieles, mezquinas, etc., en relación con lo que cargamos en nuestro interior. La gnosis dice, sobre este particular, que vivimos en una parte muy pequeña de nosotros mismos. Significa ello que nuestra conciencia se extiende solo a una parte muy reducida de nosotros mismos. La idea del trabajo esotérico gnóstico es la de ampliar claramente nuestra propia conciencia.

Indubitablemente, en tanto no estemos bien relacionados con nosotros mismos, tampoco estaremos bien relacionados con los demás, y el resultado serán conflictos de toda especie. Es indispensable llegar a ser muchísimo más conscientes para con nosotros mismos, mediante una directa observación de sí. Una regla gnóstica general en el trabajo esotérico gnóstico es que cuando no nos entendemos con alguna persona, se puede tener la seguridad de que esta es la cosa misma contra la cual es preciso trabajar sobre uno mismo. Lo que se critica tanto en los otros es algo que descansa en el lado oscuro de uno mismo, y que no se conoce ni se quiere reconocer. Cuando estamos en tal condición el lado oscuro de nosotros mismos es muy grande, pero cuando la luz de la observación de sí ilumina ese lado oscuro, la conciencia se acrecienta mediante el conocimiento de sí.

Esta es la senda del filo de la navaja, más amarga que la hiel. Muchos la inician, muy raros son los que llegan a la meta. Así como la Luna tiene un lado oculto que no se ve, un lado desconocido, así también sucede con la Luna psicológica que cargamos en nuestro interior. Obviamente, tal Luna psicológica está formada por el ego, el yo, el mí mismo, el sí mismo. En esta Luna psicológica cargamos elementos inhumanos que espantan, que horrorizan, y que en modo alguno aceptaríamos tener.

Cruel camino es este de la autorrealización íntima del Ser. ¡Cuántos precipicios! ¡Qué pasos tan difíciles! ¡Qué laberintos tan horribles! A veces, el camino interior, después de muchas vueltas y revueltas, subidas horripilantes y peligrosísimas bajadas, se pierde en desiertos de arena, no se sabe por dónde sigue, y ni un rayo de luz lo ilumina. Senda llena de peligros por dentro y por fuera; camino de misterios indecibles, donde solo sopla un hálito de muerte. En este camino interior cuando uno cree que va muy bien, en realidad va muy mal. En este camino interior cuando uno cree que va muy mal, sucede que marcha muy bien. En este camino secreto existen instantes en que uno ya ni sabe qué es lo bueno ni qué es lo malo. Lo que normalmente se prohíbe, a veces resulta que es lo justo; así es el camino interior. Todos los códigos morales en el camino interior salen sobrando; una bella máxima o un hermoso precepto moral, en determinados momentos puede convertirse en un obstáculo muy serio para la autorrealización íntima del Ser. Afortunadamente, el Cristo íntimo, desde el mismo fondo de nuestro Ser, trabaja intensivamente, sufre, llora, desintegra elementos peligrosísimos que en nuestro interior llevamos. El Cristo nace como un niño en el corazón del hombre, pero a medida que va eliminando los elementos indeseables que llevamos dentro, va creciendo poco a poco hasta convertirse en un Hombre completo.

 

EL TRABAJO CRÍSTICO

El Cristo íntimo surge interiormente en el trabajo relacionado con la disolución del yo psicológico. Obviamente, el Cristo interior solo adviene en el momento cumbre de nuestros esfuerzos intencionales y padecimientos voluntarios. El advenimiento del Fuego crístico es el evento más importante de nuestra propia vida. El Cristo íntimo se hace entonces cargo de todos nuestros procesos mentales, emocionales, motores, instintivos y sexuales. Incuestionablemente, el Cristo íntimo es nuestro Salvador interior profundo. Él, siendo perfecto, al meterse en nosotros parecería como imperfecto; siendo casto, parecería como si no lo fuese; siendo justo, parecería como si no lo fuese. Esto es semejante a los distintos reflejos de la luz. Si usamos anteojos azules todo nos parecerá azul, y si los usamos de color rojo veremos todas las cosas de este color. Él, aunque sea blanco, visto desde afuera, cada cual lo verá a través del cristal psicológico con que se le mira. Por eso es que las gentes viéndolo, no lo ven.

Al hacerse cargo de todos nuestros procesos psicológicos, el Señor de perfección sufre lo indecible. Convertido en hombre entre los hombres, ha de pasar por muchas pruebas y soportar tentaciones indecibles. La tentación es fuego; el triunfo sobre la tentación es luz. El iniciado debe aprender a vivir peligrosamente;así está escrito; esto lo saben los alquimistas. El iniciado debe recorrer con firmeza la senda del filo de la navaja; a uno y otro lado del difícil camino existen abismos espantosos. En la difícil senda de la disolución del ego existen complejos caminos que tienen su raíz precisamente en el camino real. Obviamente, de la senda del filo de la navaja se desprenden múltiples sendas que no conducen a ninguna parte; algunas de ellas nos llevan al abismo y a la desesperación.

En el trabajo de la disolución del ego sucede que a veces cuando pensamos que vamos muy bien, resulta que vamos muy mal. Los cambios son indispensables durante el avance esotérico, mas las gentes reaccionarias permanecen embotelladas en el pasado, se petrifican en el tiempo y truenan y relampaguean contra nosotros a medida que realizamos avances psicológicos de fondo y cambios radicales. La gente no resiste los cambios del iniciado; quieren que este continúe petrificado en múltiples ayeres. Cualquier cambio que el iniciado realizare es clasificado de inmediato como inmoral. Mirando las cosas desde este ángulo, a la luz del trabajo crístico, podemos evidenciar, claramente, la ineficacia de los diversos códigos de moral que en el mundo se han escrito.

Incuestionablemente, el Cristo manifiesto y, sin embargo oculto en el corazón del Hombre real, al hacerse cargo de nuestros diversos estados psicológicos, siendo desconocido para las gentes, es de hecho calificado como cruel, inmoral y perverso. Resulta paradójico que las gentes adoren al Cristo y, sin embargo, le acomoden tan horripilantes calificativos. Obviamente, las gentes inconscientes y dormidas solo quieren un Cristo histórico, antropomórfico, de estatuas y dogmas inquebrantables, al cual puedan acomodar fácilmente todos sus códigos de moral torpe y rancia, y todos sus prejuicios y condiciones. Las gentes no pueden concebir jamás al Cristo íntimo en el corazón del hombre; las multitudes solo adoran al Cristo estatua y eso es todo.

Cuando uno habla a las multitudes, cuando uno les declara el crudo realismo del Cristo revolucionario, del Cristo rojo, del Cristo rebelde, de inmediato recibe calificativos como los siguientes: blasfemo, hereje, malvado, profanador, sacrílego, etc. Así son las multitudes, siempre inconscientes, siempre dormidas. Ahora comprenderemos por qué el Cristo crucificado en el Gólgota exclama con todas las fuerzas de su alma: «¡Padre mío, perdónalos, porque no saben lo que hacen!» El Cristo, en sí mismo, siendo uno, aparece como muchos; por eso se ha dicho que es unidad múltiple perfecta. Al que sabe, la palabra da poder; nadie la pronunció; nadie la pronunciará; sino solamente aquel que lo tiene encarnado.

Encarnarlo es lo fundamental en el trabajo avanzado del yo pluralizado. El Señor de perfección trabaja en nosotros a medida que nos esforzamos conscientemente en el trabajo sobre nosotros mismos. Resulta espantosamente doloroso el trabajo que el Cristo íntimo tiene que realizar dentro de nuestra propia psiquis. En verdad que nuestro Maestro interior debe vivir todo su vía crucis en el fondo mismo de nuestra propia alma.

Escrito está: «A Dios rogando y con el mazo dando». También está escrito: «Ayúdate que yo te ayudaré».

Suplicar a la Divina Madre Kundalini es fundamental cuando se trata de disolver agregados psíquicos indeseables, empero el Cristo íntimo, en los trasfondos más profundos del mí mismo, opera sabiamente de acuerdo con las propias responsabilidades que Él hecha sobre sus hombros.

 

Fin conferencia 38